Ronaldinho Gaucho fue a Milán a buscar, probablemente, un
entorno distinto que le facilitara volver a ser el mejor jugador del mundo. Un
retorno a la más absoluta élite que había conseguido en Barcelona ser el rey
del deporte del balompié.
Originario de una familia humilde de Porto Alegre empezó a
dar sus primeros pasitos al estrellato con el Gremio de PA, de su ciudad natal,
para fichar finalmente en enero de 2001 por el Paris Saint Germain, entonces
entrenado por Luis Fernández, con el que siguió su progresión y empezó a
adaptarse al ritmo europeo.
Pero fue en la ciudad condal cuando el astro brasileño fue
eso, un astro, fue su sonrisa perenne la que dio imagen al nacimiento de un
gigante dormido. Fue él, su sonrisa, su saludo surfero y su carisma los que
permitieron al Barcelona volver a ser un equipo temible en Europa.
Virtuoso con el balón, un mago desde la diestra, una visión
de juego incomparable y una capacidad para regatear desde cualquier modo
extraordinario. Desde 2003 hasta 2006 Ronaldinho reinó en Europa sucediendo a
Zidane y a Kaka’ como el mejor futbolista del mundo.
Pero ese genio, ese carisma, su aureola que le hacía casi
mágico, por motivos varios dejó de ser el mismo tras el fracaso de la canarinha
en los mundiales de Alemania. Todo fue distinto tras el fiasco de la selección
brasilaña. Su velocidad parecía menos, la que era su capacidad de regate inverosímil
casi desapareció. Era el rey, aún no había sucesor, pero sin que nadie
entendiera porqué, ese gigante empezó a ser más terrenal, como si fuera como
los demás. El rey abdicó y con ello la sonrisa perenne dejó de ser sonrisa y
dejó de ser perenne.
En Italia siguió con su irregular rendimiento, partidos de
buen nivel junto a otros con tendencia a desaparecer. Nunca desapareció su
clase, va a morir con ella, pero si su regularidad. Un gol de falta por ahí,
otra asistencia por allá, otro partido sin casi aparecer… en Milano demostró
que a pesar de tener una gran capacidad técnica lo que una vez fue, fue.
Tras dos temporadas y poco más en Italia, con su aureola de
fiestero por encima de la futbolística decidió volver a su país para,
probablemente, volver a sentirse como en casa. Se acabó lo de ver sus goles de
falta o cambios de juego desde la banda en San Siro. Flamengo primero y
actualmente el Atletico Mineiro son sus últimos destinos antes de retirarse
oficialmente. Antes se retiró en vida en la que fue la caída de un gigante.
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