Ricardo Quaresma posee unas dotes técnicas innatas para el fútbol. Partiendo de esa base, podemos entender aún menos su descalabro en el mundo del deporte rey. Pero empecemos por el principio:
Sobrino de Alfredo Quaresma, destacado internacional portugués, Ricardo creció futbolística y personalmente en un suburbio difícil, y en su práctica y su comportamiento lo lleva grabado a fuego. Debutaría, de la mano de Boloni y con tan sólo 17 años en el primer equipo del Sporting de Lisboa, tras un brillante paso por las categorías inferiores y un porvenir deslumbrante. La temporada 01/02 disputaría 28 partidos, anotando 3 goles pero siendo pieza clave e incisiva en la conquista del título liguero y la Copa de Portugal para los lisboetas. Sin embargo, el siguiente año el club bajó mucho su rendimiento, y la gran perla de la casa se vería frenada; acudió entonces el F.C. Barcelona al rescate.
Por aquél entonces, la hegemonía del Real Madrid impulsó al club catalán a buscar jóvenes talentos, y contrató a Quaresma para la banda derecha, con 19 añitos. Sin embargo, las expectativas puestas en él no dieron su fruto, y en el entorno del jugador se culpaba a Frank Rijkaard por su falta de sintonía con el chaval. Además, se le vio asiduamente por la noche de Barcelona, y tuvo varias impuntualidades a entrenamientos y salidas de tono. Sus cualidades eran innegables, su regate era portentoso y poseía un gran desparpajo...pero en ningún momento de adaptó al juego azulgrana, y su gran individualismo le valió el banquillo, anotando tan sólo un gol en la 2003/2004. En la Euro 2004, a la que acudió con su selección, anunció que no volvería al Barcelona con Rijkaard, de modo que el club culé lo vendió al Oporto, entrando en la operación Deco.
De nuevo en Portugal, parecía que ahora sí explotaba: conquistó Liga, Supercopa de Europa, Supercopa de Portugal e Intercontinental, siendo en todas ellas pieza importante y anotando 5 goles, todos ellos importantes. Aunque al principio no gozaba de la simpatía del jugador número 12 por sus maneras arrogantes y su regate de más, amén de su poca preferencia por el compañero, poco a poco se ganó a la afición en las tres temporadas que estuvo en la ciudad portuaria. Ello le valió, por segunda vez en su carrera, despertar el interés de otro gran club: el Inter de Milán, al que fue, colmado de expectativas, por 19 millones de euros. En Italia arrancó prometedoramente, con asistencias y atrevimiento, pero tras una lesión que le tuvo apartado de las canchas, Mourinho le dio varias oportunidades que el joven luso desaprovechó, no siendo jamás el jugador que fue en Portugal. Con 'Mou' tuvo algún que otro roce, y pasó a ver cada vez más encuentros desde el banco, e incluso desde la grada por sus desplantes. Tras media temporada cedido en el Chelsea, sin pena ni gloria y con pocos minutos, regresó al Inter, donde formó parte del equipo que conquistaría el triplete, pero nunca alineado por Mourinho de inicio, y jugando los 'minutos basura' en los que no demostró nada. Su nivel estaba por los suelos. Tras haber anotado sólo un gol con la camiseta neroazzurra, fue vendido al Besiktas turco, en una clara decadencia del jugador portugués.
Allí fue donde tendría más problemas: pese a que el nivel de la liga turca le permitía exhibirse, sus formas empeoraron y sus lesiones también; tuvo una pelea con Nihat, compañero de equipo, y discusiones prolongadas en el tiempo con el resto del conjunto por su carácter chupón. Además, fue sancionado indefinidamente en el club por haber peleado con su compatriota y delegado Carlos Carvhal en el descanso del partido contra el Atlético de Madrid en la Europa League. Finalmente, el Besiktas se lo quitó de encima, y fue traspasado al QPR, donde tampoco está destacando. Actualmente, y a sus 29 años (cualquiera diría, por su trayectoria, que tiene 36), sigue siendo un personaje díscolo que nunca explotará. De hecho, en Noviembre fue detenido por agredir a un policía en Lisboa.
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